METÁFORA
El superlativo adjetivo de su presencia me atrajo a esa pareja de atisbos fugaces. el efecto ha sido tan grande que aún no he podido recuperarme. El convulso comienzo de la habitual secuencia ocurrió en el séptimo día de la undécima treintena de aquel ciclo, uno más—debe decirse—de tantos en los que la caída estrepitosa había ocasionado fuertes estragos en la ya alterada percepción de mi entorno. Era un periodo que nuevamente parecía discurrir sin particular notoriedad, alimentado simplemente por la más nihilista resignación.
—¿Qué más da? —Me dije, preparado para morir—
Y así fue. Fue arrastrado intensamente en una vorágine de eventos que poco a poco fueron incinerando el frágil raciocinio que habitualmente le ha distinguido. Nada bueno podía haber salido de aquella maldita estirpe de la que provenía; el continuo estigma le doblegaba ante el pináculo de lo sublime mismo.
—Ven —Le ordené—
—Te desconozco —Contestó—
—Pues aquí estoy —repliqué—
Entonces desapareció y a mi no me importó. La ejecución se postergó hasta aquella fría noche en la que la soledad del entorno era lo único que acompañaba a aquello a quien yo sólo daba importancia. Y se escondía tras el velo del misterio y la distancia, observándome, figurando algún tipo de suerte sin sentido y sin razón.
—Mira lo que tengo —Le dijo mi ego—
—Me gusta —replicó—
Y el proceso ambivalente tan real por un costado y tan sutil por el otro discurría en ciclos sinusóicos que la misteriosa sustancia parecía extrañamente aceptar; aquella débil esencia que se consumía conmigo en aquél construido éxtasis que conectaba fuertemente con la más rara locura.
—Aquello ya no importa —trató de convencerme—
—eso no es cierto —Le dije—
Entonces el fatal veneno de los factos estrangula el sentido de las cosas construyendo eones de distancia entre aquellos extraños individuos que singularmente sucumbían a aquello que la causa misma había jurado construir. Después de todo el viejo sueño egocentrista sin importancia tenía razón. El quebradizo estimulo me consumía de siempre en siempre.
—¿Por qué callas? —Pregunté—
—Hemos creado poesía.